jueves, noviembre 30, 2006

El líder del siglo XX


Opina la periodista e historiadora brasileña Claudia Furiati
ORFILIO PELÁEZpelaez@granma.cip.cu
Para la escritora e historiadora brasileña Claudia Furiati, participar en los actos de homenaje a Fidel por sus 80 cumpleaños es un inmenso privilegio, pues se trata de honrar a "quien encarna la esperanza de construir un mundo mejor".
El Comandante, enfatiza, ha sido el gran conductor de ese proceso único de liberación nacional que es la Revolución cubana, cuya obra podrá tener sus imperfecciones y defectos, pero constituye, sin duda, el más completo referente de justicia social en el planeta, incluso para los europeos.
Según opina Claudia, los propios cambios que tienen lugar en América Latina están inspirados en el ejemplo de Cuba y eso se debe también al legado de Fidel.
Autora del libro Fidel Castro, una biografía consentida, publicado en Brasil, en él Claudia enfatiza que investigar la vida del Jefe de la Revolución, le permitió apreciar la dialéctica de su pensamiento y acción, cómo es capaz de renovarse sin abandonar jamás sus ideales.
Dice que es la persona más antidogmática que ha conocido, dispuesto siempre a escuchar, aunque algunos por ahí opinen lo contrario.
"Sin menospreciar a otras personalidades de la política, yo pienso que Fidel es el gran líder del siglo XX, y sus banderas de justicia y solidaridad jamás serán arriadas por los pueblos."

Viva Fidel Castro, lo digo una y otra vez

El prominente escritor, teatrista y luchador español Alfonso Sastre evoca un poema dedicado al líder revolucionario y habla sobre la dialéctica entre cultura y libertad
PEDRO DE LA HOZpedro.hg@granma.cip.cu
Poco después del triunfo revolucionario de enero de 1959, Alfonso Sastre escribió y publicó un poema titulado Viva Fidel Castro. Fue una osadía y una profesión de fe. Sastre, español, vivía los oscuros momentos de la dictadura franquista. Ya era una de las personalidades de mayor influjo en la escena teatral de su país, con obras como Escuadra hacia la muerte (1953), prohibida tras su tercera representación, Guillermo Tell tiene los ojos tristes (1955) y La cornada (1959). Y al mismo tiempo, era conocida su inclaudicable opción contra la tiranía y a favor de un radical cambio social.
Al cabo del tiempo, Sastre evoca en La Habana, donde participa en el coloquio Memoria y Futuro: Cuba y Fidel, aquel poema y afirma no solo que no le quitaría una coma, sino que si fuera preciso lo volvería a escribir. "Fidel Castro, no te dejes / matar. / Vive por nosotros, crece, aumenta, / sé fuerte y no te dejes / matar. / Te amamos desde Sierra Maestra / porque eres un bravo personaje de nuestros / viejos sueños de aventuras. / Pero ahora, después de tu ascensión, Fidel, / ya no es solo quererte, es / contar contigo y tu justicia/ para el triunfo de la Revolución que deseamos¼ "
"En ese momento —confiesa— sentí necesidad de expresar lo que sentía. Hoy, al recordar esas líneas, me doy cuenta de que ese ha sido y es mi testimonio de lealtad indestructible e incombustible hacia un líder y su pueblo."
Entre los tantos temas relacionados con la Revolución cubana que atraen al maestro Alfonso, se halla la manera en que ha llevado a la práctica el apotegma martiano: Ser cultos es el único modo de ser libres.
"Siempre me pregunté —explica— si la conquista de la libertad era una premisa para desarrollar a plenitud la cultura, o si el desarrollo de la cultura era una premisa para la libertad. Sabiendo, claro está, que en el capitalismo son imposibles la verdadera libertad y la auténtica cultura. Pues bien, al ver lo que ha hecho Cuba, en medio de dificultades y tropiezos, es una muestra bien elocuente de que lo que planteó Martí y Fidel ha llevado a vías de hecho consiste en una articulación dialéctica de ambos conceptos, una construcción que funciona en estrecha conjunción.
"De modo —concluye Sastre— que no existe tal paradoja, como tampoco aquella en la que parecían irreconciliables las tareas inmediatas de la actividad revolucionaria, incluyendo la toma de las armas para liberar un país y luego defenderlo, con la creación intelectual. Cuba, con Fidel al frente, nos ha demostrado que los hombres y las mujeres que trabajamos con el pensamiento y la imaginación, somos útiles y necesarios."
La celebridad de la labor dramatúrgica de Sastre se halla confirmada por sus actos. En 1961 creó el Grupo de Teatro Realista, modelo del teatro de urgencia que preconiza. Durante los últimos años se ha representado en España La gitana Celestina (1985), La taberna fantástica (1985), Historia de una muñeca abandonada (1989), Los últimos días de Emmanuel Kant (1990), Los hombres y sus sombras (1991), El viaje infinito de Sancho Panza (1992), ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?(1994) o Los dioses y los cuernos (1995). Sobresale, asimismo, su obra narrativa, en la que figuran libros como Necrópolis (1994) e Historias de California (en lengua gallega, 1995); entre sus últimos libros de poesía, Vida del hombre invisible contada por él mismo (1995) y El evangelio de Drácula (1997).
En tiempos recientes, Sastre, fiel a sus principios, ha reflexionado sobre las realidades y perspectivas del mundo actual. Una de esas lúcidas producciones ensayísticas, De la postmodernidad a la neohistoria, causó en los círculos intelectuales y políticos españoles particular revuelo por sus planteamientos incisivos.
"Definitivamente —afirma—, estamos entrando en un nuevo capítulo de la Historia, en el que muchos se están dando cuenta de que la Utopía no solo es una idea recuperable, sino alcanzable, aunque por determinada circunstancia y en ciertos espacios parezca imposibilitada. Cuando la gente comienza a pensar que de veras otro mundo es posible, termina por llevar a la práctica esa misma posibilidad."
Y con una sonrisa remata:
"Aquí mismo, en estos días, yo que voy cumpliendo 80 años como Fidel, ese otro mundo posible se nos asoma."

La Patria de Fidel no es solo Cuba, sino el planeta Tierra

Convicción de los participantes en el coloquio convocado en La Habana por la Fundación Guayasamín por el 80 cumpleaños del líder de la Revolución cubana
Orfilio Peláez, Joel Mayor Lorán y Pedro de la Hoz
Para la argentina Hebe de Bonafini, una de las emblemáticas Madres de la Plaza de Mayo, "es el hombre más grande, sabio, íntegro y sincero que he conocido"; mientras el popular comunicador italiano Gianni Miná sacó cuentas: "Hace 17 años comenzó el derrumbe del socialismo en el Este de Europa, y Cuba, bajo el liderazgo del Comandante, sigue en pie y va hacia delante". De los entrañables parajes australes de Nuestra América, la palabra del venerable Volodia Teitelboim se hizo sentir: "La Patria de Fidel no es solo Cuba, sino el planeta Tierra".
Margaret Alba, secretaria general del Partido del Congreso de la India, observa la exposición gráfica sobre el Comandante en Jefe, abierta en el vestíbulo del Palacio de las Convenciones.
Voces como estas, diversas y sin embargo coincidentes en sólidos y razonados argumentos y profundas convicciones, dialogaron ayer en el habanero Palacio de las Convenciones durante la primera sesión del coloquio Memoria y Futuro: Cuba y Fidel, que convocado por la Fundación Oswaldo Guayasamín rinde homenaje al líder de la Revolución, en ocasión de su 80 cumpleaños.
Las nuevas generaciones del continente también se expresaron. Luther Castillo, hondureño egresado de la Escuela Latinoamericana de Medicina, subrayó que en 115 años de fundada la Universidad Autónoma de Honduras, apenas graduó a un médico negro, mientras la surgida en Cuba ya ha formado a 18, integrantes de la etnia garífuna.
Procedentes de 80 países, los asistentes al evento sesionaron simultáneamente en tres salas para abordar la irradiación solidaria de la Revolución cubana; los logros en la participación popular, la justicia social, la ciencia, la salud, la educación y el deporte; y la cultura y los medios masivos de comunicación.
El escritor y dirigente histórico mozambicano Marcelino dos Santos recordó que la libertad de los pueblos de África está abonada por la sangre generosa del pueblo cubano.
De la Venezuela bolivariana intervinieron Francisco Sesto, ministro de Cultura, para destacar que en Fidel se registra la conjunción de una visión humanista con una firmeza de principios, y el poeta y político Tarek William Saab, quien calificó al líder cubano como continuador de la obra del Libertador.
Luego de contar su experiencia en la promoción de los programas de alfabetización concebidos en la Isla, la argentina Claudia Camba arrancó aplausos al decir: "El mejor homenaje a Fidel es que todos vayamos a sembrar sus sueños por doquier, y a ejecutarlos".

Tú no tienes deber de estar en ninguna parte, Fidel: tu deber para con la humanidad es cuidarte y seguir viviendo...


Queridos hermanos en el fidelismo:
La transparencia de Fidel nos ha hecho conocer con franqueza la realidad. Pero lo que él más quisiera es que sigamos adelante.
Ustedes esucharon primero la voz de OSWALDO GUAYASAMÍN, el creador de la Fundación, hace 30 años, cuya memoria viviente recoge el pensamiento y el sentimiento de centenares, millares, millones de seres humanos, que están aquí o que no han podido venir, para acompañarnos en estas jornadas que van a ser maravillosas, no solo por el amor que entregaremos, ustedes y la familia del Maestro, sino por la personalidad de quien es homenajeado: ese volcán llamado ¡Fidel!
La Fundación Guayasamín quiere compartir con ustedes, los visitantes mujeres y hombres de más de 80 países, el privilegio que representa poder participar en este sin par Homenaje.
Anhelamos que se cumpla con todo éxito cada segmento del programa, que incluye la exposición de Guayasamín, que se concreta en un abrazo del artista para su hermano Fidel; el Concierto internacional Todas las Voces, Todas, en el que participan artistas y cantautores que generosamente dedican a Fidel su música; y el Coloquio en el que vamos a dialogar y actualizar la memoria de lo sucedido y ver las proyecciones de lo que va a acontecer en este mundo en ebullición, todo ello en torno a Fidel y a Cuba, que simbolizan el real concepto de revolución.
En el marco de este Homenaje, vamos a poder presentar un libro que reproduce obras de Guayasamín hermanadas con poemas del Canto General de Pablo Neruda y otro libro que recoge maravillosamente el pensamiento y buena parte de la historia del Comandante, Cien horas con Fidel, escrito con tanta inteligencia por el periodista Ignacio Ramonet, aquí presente, en su tercera edición, lo que es un privilegio adicional para todos nosotros.
Y, sin embargo, aún es poco lo que podemos hacer como homenaje por un hombre que ha dado todo a favor de los demás, de su propio pueblo cubano y de otros pueblos de Latinoamérica y del mundo a los que generosamente trata como si fueran suyos, en actitud ejemplar al convertirse en impulsor de la solidaridad más internacionalista que se haya conocido en la historia contemporánea.
Ejemplo de decoro, de austeridad, de desprendimiento total de ambiciones materiales, de sacrificio personal en su inagotable trabajo, de todas esas virtudes que lo han llevado a ocupar ese sitio único en la historia de este tiempo, en que casi todos sus 80 años los ha dedicado a luchar, a liderar batallas, a derrotar sucesivamente, uno atrás de otro, a los gobernantes del imperio y muchos de sus testaferros, con todos sus bloqueos, sus intentos de asesinato, sus prácticas perversas de genocidio.
80 años, que son más, muchísimos más, para una persona que encontró la fuerza para ampliar los días y las horas laborales hasta el infinito.
Por ser ese volcán que ha sido, como lo describe Guayasamín, es que estamos aquí reunidos para decirle:
Gracias, Fidel, por existir...
Gracias por haber tenido la valentía de forjar el 26 de Julio...
Gracias por todo lo vivido y alcanzar que la historia te absuelva desde tanto tiempo atrás...
Gracias por el desembarco del Granma, que es el inicio de la victoria...
Gracias por hacer de Cuba un territorio libre...
Con los beneficiarios del "Yo sí puedo", de la "Operación Milagro" y los miles de estudiantes de medicina, te decimos: Gracias por hacer realidad tus sueños de justicia social...
Gracias por seguir siendo guerrillero...
Con Elián González y con los 5 Patriotas retenidos presos por el imperio, te decimos: Gracias por ser tenaz y vencer en todas tus batallas...
Tú no tienes deber de estar en ninguna parte, Fidel: tu deber para con la humanidad es cuidarte y seguir viviendo...
Amigos: Y para que Fidel oiga desde donde esté, de la mano de la memoria de Guayasamín, prodiguémosle a ese volcán de la ternura, la más amorosa ovación, poniéndonos de pie...
ALFREDO VERA
Director de Relaciones Internacionales de la Fundación Guayasamín.
Coordinador del Homenaje.

Mensaje en la voz de Oswaldo Guayasamín


“…Fidel es un volcán en permanente erupción, pero de sabiduría y de ternura, no el volcán que destruye cosas, no el volcán que lanza fuegos. NO, es la vitalidad brutal que ese hombre tiene, es una vitalidad que surge de su energía como una maravilla, que ya digo, es una vitalidad de amor a los hombres de la tierra y de estar en la presidencia de Cuba que ha sido tan inmensamente conocida a través del mundo. “La revolución cubana él la ha llevado de paso en paso hasta este momento, que para nosotros Cuba es el país más próspero de América Latina. “Me siento profundamente orgulloso de Cuba, por Fidel y también por toda mi familia, porque todos alrededor nuestro y yo alrededor de ellos, hemos ido creando lentamente un sentido de la defensa del hombre humilde en la tierra y el amar y creer en la revolución cubana…”

Fidel, el mayor y más lúcido político


Declaraciones del político y escritor chileno Volodia Teitelboim
CUERNAVACA, México (SE).— "Fidel Castro es el mayor, el más lúcido político del siglo XX. He estado siempre con su noble causa", declaró el escritor y político chileno Volodia Teitelboim en una entrevista publicada ayer domingo por el diario mexicano La Jornada de Morelos.
Volodia Teitelboim.
En una extensa plática con el periodista Mario Casasús, Teitelboim, quien cumplió 90 años y cuenta con una extraordinaria hoja de servicios revolucionaria y una apreciable obra literaria, afirmó: "Fidel se ha esforzado por organizar oportunamente los relevos de la Revolución cubana. Su presencia y balance encabezan el máximo acontecimiento en los anales de una justicia para una América Latina contemporánea, que comienza a despertar. La Historia sigue su curso y el siglo XXI tendrá sin duda presente y vivo el gran aporte, la contribución fundamental de Fidel Castro a la civilización humana. Se palpa en todos los espacios. El futuro lo tiene como uno de sus más inspirados, ardorosos y nobles constructores de una nueva etapa que ya asoma en el horizonte latinoamericano".

Desde una cáscara de nuez

Fidel, el líder y jefe de nuestro Movimiento, que con su perseverancia, tenacidad, inteligencia y dotes de organizador, nos ha preparado e inculcado la confianza y la seguridad en las posibilidades de éxito de nuestra misión, ha despertado en cada uno de nosotros al guerrero que aguarda el momento para medir sus fuerzas con el enemigo y derrotarlo… Pensamos en la grandeza de este jefe que es capaz de arriesgarlo todo por un combatiente. En esta empresa no habrá jamás abandonados, no habrá jamás olvidados… Con la salida de México para Cuba se materializó otra vez la idea comenzada en el Moncada, detenida en el presidio, alimentada en el exilio y ahora puesta en práctica. Ha tenido que esperar, pero ya es realidad y se empezará a desarrollar tan pronto se realice el desembarco
Tomado del libro ¡Atención! ¡Recuento!, del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque
Ahora medito sobre todo lo que ha sucedido desde que llegué a este país, del cual recibí el calor de su pueblo, la amistad de los que han contribuido a nuestra causa, el conocimiento más de cerca de su tradición de lucha. Todo ello, unido al ejemplo y las lecciones de los patriotas de Cuba, han fortalecido y hecho más sólidos los sentimientos y la vocación de lucha por liberar al pueblo cubano de la tiranía que lo oprime. Tan firme como esas cumbres es la convicción que llevamos.
Raúl y Almeida, en México días antes de la salida.
Estos mismos pensamientos traen a mi memoria la imagen de Fidel, el líder y jefe de nuestro Movimiento, que con su perseverancia, tenacidad, inteligencia y dotes de organizador, nos ha preparado e inculcado la confianza y la seguridad en las posibilidades de éxito de nuestra misión, ha despertado en cada uno de nosotros al guerrero que aguarda el momento para medir sus fuerzas con el enemigo y derrotarlo.
Este será un episodio inolvidable en nuestras vidas, cuyo curso dio un cambio radical a partir del 10 de marzo de 1952 y se reafirmó más desde la preparación y el ataque al cuartel Moncada aquel 26 de Julio.
Llegamos a un pequeño pueblo costero dividido por un río. Cae una lluvia fina, el aire es frío. Nos bajamos del carro cerca del río. Unos allí, semiocultos, como apostados, nos señalan el camino y tomamos por un sendero oscuro, próximo a una casa. Escuchamos ladridos de perros, tal vez inquietos por el cruce de nosotros. Caminamos como cien o cientocincuenta metros hasta llegar al embarcadero donde está el yate. Allí encontramos a Fidel. Nos despedimos del matrimonio con mucho afecto.
El yate está a media luz. Junto a él hay, un abejeo de hombres, unos que entran, otros que lo preparan para ponerlo en marcha. Nos acercamos. Me presentan al dominicano conocido por Pichirilo. Entramos al barco pasando por un tablón largo que sirve de puente desde la orilla. Como está mojado por la lluvia que cae, hay que pasarlo con cuidado. Dentro hay un grupo mayor, cada cual colocado donde pudo, sin que nadie le indicara.
Me encuentro con Mestre, nos abrazamos y con dificultad logramos estar juntos. Nos volvemos a ver después de algunas semanas. Mestre y yo escuchamos la conversación que sostienen dos compañeros:
—¿Ustedes por dónde vinieron? —pregunta uno.
—En un grupo de seis, en bote —le contesta el otro.
—¿Cómo en bote?
—Sí, chico, nos dejaron del lado de allá del río y de ahí vinimos en bote, pues este río es ancho.
—Y antes, ¿cómo fue? —vuelve a preguntar el primero.
— ¡Ah!, antes fue en auto desde Abasolo a Victoria, de allí a Tampico y luego a Tuxpan.
—Y tú, Mestre, ¿cómo llegaste? —le pregunto.
—En auto, con un grupo de seis. Estuvimos ocultos entre las yerbas del patio de la casa, cerca de una posta nuestra, hasta que nos dijeron que entráramos al yate.
Entre los grupos se destaca un rubio, casi calvo, con espejuelos, que entra y sale continuamente, le dicen el Cuate. Después de dejar dentro del yate el último saco de naranjas que trajo, no lo veo más.
Seguimos escuchando a los que hablan bajito, mirándonos sin decir palabra. Otro de los que están sentados comenta que este río se llama Tuxpan, es largo, ancho, profundo, y de día parece un mar, que desde donde estamos hasta la desembocadura al mar hay como doce o trece kilómetros y bien afuera tomaremos el barco donde nos vestiremos con la ropa militar y distribuirán las armas y las mochilas.
Siempre hay quienes saben o quieren aparentarlo, y para eso hablan. Lo que dice del barco parece razonable, pues en este yate los que estamos dentro no cabemos, no se ven abastecimientos para una travesía larga y no sé cómo nos vamos a mantener tantos días comprimidos por la tensión. Sería como tener una liga estirada el tiempo que dure el viaje y al llegar al lugar soltarla, pero no íbamos a tener la misma elasticidad.
Continúan entrando más hombres. Alguien dice que les avisen a los que están de guardia armados que después del último grupo suban.
—¡Ahora sí nos vamos! —dice otro, y reclama que tengan cuidado para que no lo pisoteen. Se oye una voz pidiendo que se haga silencio:
—No se olviden que a menos de cincuenta metros de aquí, por esta misma ribera hay unos soldados cuidando una patana.
Entran los últimos, los que cuidaban mientras embarcábamos.
—Desamárrenlo y boten el tablón —dice alguien.
El yate se pone en marcha despacio, lo hace forzado, parece que las hélices, por el peso, están enterradas en el fango, es como si el barco estuviese sentado y se negara a andar, como si previera el peligro que va a enfrentar. Una llovizna fina lo cubre, sigue con las luces apagadas. La emoción no puede describirse. Afuera, en la oscuridad de la noche, vemos de pie bajo la lluvia, entre varios hombres, a tres mujeres que con las manos en alto dicen adiós: son Melba, Piedad y Orquídea. Hay que navegar con el motor en baja hasta pasar el puesto de la aduana, vamos sin permiso de salida, oigo que dicen. Miro el reloj, es la una y treinta de la madrugada del 25 de noviembre. Fidel dice:
—Si mandan a parar, hay que seguir.
Llegamos a este país en busca de una tierra acogedora donde prepararnos y salir de ella para liberar a Cuba. Con dificultades y sacrificios lo logramos. Siempre tuvimos optimismo y confianza. Vivimos aquí y ahora salimos para cumplir la misión histórica que nos hemos propuesto.
Al pueblo mexicano lo conocíamos solo por su historia, ahora nos hemos sentido parte de él por las emociones, sufrimientos, penas y alegrías que hemos vivido a su lado.
Mientras avanzamos por el río, continúa la llovizna y el ambiente se torna brumoso, oscuro y frío.
De momento apagan los motores. El yate sigue navegando despacio, movido solo por la corriente del río y el impulso que traía.
—¿Y eso, qué pasa?
—Vamos a cruzar por encima del cable del pontón que va de una orilla a la otra y hay que parar los motores para que las hélices no se enganchen con él al pasarlo —explica Pichirilo.
—¿Cómo un cable que va de un lado al otro?
—Sí, chico, el que hala el pontón que une la ciudad.
—¡Ah!, el que hala el pontón. Ojalá que pasemos sin enredarnos con ese cable.
Ahora vuelven a prender los motores, el de la izquierda primero, el de la derecha después. Pichirilo me mira y dice:
— Ya lo pasamos.
A la izquierda vemos el escaso alumbrado de la ciudad a esa hora, sombras y siluetas de casas; a la derecha todo es más oscuro, aunque hay luces dispersas y aisladas, que según avanzamos van disminuyendo y a veces parpadean al alejamos del poblado. El barco hace un giro y ya no se ven más, solo un resplandor más arriba de la línea del horizonte. Todo es más oscuro a ambos lados, a veces brilla una luz aislada en una u otra orilla. Solo se oye el ruido del motor y el del agua al chocar con la proa del barco. A los lados grandes sombras, me imagino que sea vegetación, rocas, mangle, bosques, qué sé yo. Lo que sí se ve es una oscuridad impenetrable.
Empiezan a surgir por el frente, a la izquierda, algunas luces; contra estas se perfilan las siluetas de barcos y otras embarcaciones menores que se mueven. Vemos también pequeñas señales lumínicas rojas y verdes que parpadean, de las boyas allí situadas; más alto, los destellos de un faro anuncian la cercanía de la de-sembocadura. De pronto, un fuerte olor a mar nos penetra. Más allá, en el horizonte, la oscuridad completa no permite distinguir la unión del mar con el cielo.
El río se encuentra con el mar y este le hace resistencia con fuerte oleaje. El viento bate con fuerza, cae una lluvia fina. En ese momento todo el mundo abajo, en tensión. Chuchú, que conoce el río y lleva el barco, se lo entrega a Roque, que continuará auxiliado por Pichirilo. Fidel y el capitán de la nave escrutan el horizonte. El yate se siente pesado por la sobrecarga, se monta en una ola inmensa, traquea. Las máquinas siguen en baja.
¡Ya estamos afuera! Aceleran los motores, sigue la llovizna, arrecia el viento, nos bañan las olas. El yate mete la proa y sale, el agua le pasa por la cubierta y el techo, se balancea de un lado para el otro. Todo cuanto está suelto se cae, hay ruido de cosas y chirriar de maderas, se prueba antes de enfilar directamente hacia el mar abierto, rumbo a la gran empresa.
Ya a las puertas del golfo, con las luces del yate encendidas, los rostros iluminados por la emoción y el corazón a tambor batiente, se dejan escuchar nuestras voces cantando el Himno Nacional y la Marcha del 26 de Julio. ¡Viva Cuba! ¡Abajo el tirano!
DESEMBARCO
¡Ras, ras, ras! Después de cada disparo, la corrección a la mirilla del fusil, mientras el yate sigue su travesía desde Tuxpan hacia la provincia oriental. En uno de los pasillos laterales de la cubierta, Fidel, solo, hace disparos para graduarles la mirilla telescópica a los fusiles que llevarán algunos de los expedicionarios. En las casas y otros lugares donde estuvieron guardadas las armas, algunas no se pudieron limpiar ni graduar por las condiciones en que vi-víamos. Además, hay varias marcas de fusiles con mirilla. Parado, de rodillas o tendido en la popa, Fidel tira a un blanco situado en la proa. Parece como si navegara con una tripulación particular en un viaje de recreo. Así pasa horas, junto a los hombres que se van turnando cerca de él como ayudantes, mientras otros vigilan cualquier cercanía de avión o barco.
En esta mañana, el mar está sereno, el barco en marcha mantiene su rumbo. Se ven peces voladores de color gris azuloso revolotear fuera del agua unos veinte centímetros; después vuelven a entrar, parecen zunzunes. Hace rato que están cerca del oleaje que va dejando la estela de la embarcación, como si jugaran al corre que te cojo unos con otros.
Ojalá que este yate sea un punto insignificante en el mar para que los aviones o helicópteros no nos localicen. Antes de que Fidel empezara las prácticas para ajustar los fusiles, según el mar se calmó averigüé el nombre del yate. Fui hasta la popa, me agarré del pasamanos de cable que bordea el yate, me afinqué del tubo donde se apoya el cable y me incliné, pero no podía leerlo. Entonces me acosté boca abajo, saqué la cabeza, miré y leí: Granma.
Si hubiera pasado algún avión de observación, habría informado: "Un yate de turistas", pues todo se veía normal.
Sin embargo, esta embarcación había salido en condiciones anormales, prácticamente en desacato a las autoridades portuarias, que habían prohibido la salida a las embarcaciones pequeñas por el mal tiempo. Para cumplir la promesa de Fidel al pueblo de Cuba de que en 1956 "seremos libres o seremos mártires", a la cual se refería en Cuba el periódico Ataja en su primera plana diariamente, en un recuadro donde con ironía citaba los días que faltaban para cumplir este compromiso; cuando precisamente según esa cuenta faltaban treinta y seis días; recientes aún los hechos que dieron lugar a nuestro encarcelamiento en la prisión de Miguel Shultz y la ocupación de algunas armas; con la amenaza de que el barco no podía salir del atracadero por mal tiempo; en estas condiciones, nos hicimos a la mar en el Granma, convencidos de la justeza de nuestra causa y del ideal por el cual emprendíamos de nuevo la lucha iniciada veintiocho meses atrás.
Mientras navegamos llevamos un régimen estricto de no subir a cubierta excepto por la noche, y mantenernos cada cual en su puesto. La fuerza del oleaje en los días anteriores, que movía el yate a su antojo, el calor y el olor a petróleo, causaron estragos, mareo e inapetencia en la mayoría de los expedicionarios. Cuando fueron a buscar las pastillas para el mareo no aparecieron, no las encontraron entre la cantidad de bultos y paquetes que traemos. Entonces la gente comía galletas, que dicen es bueno para el mareo. Al otro día, cuando aparecieron las pastillas, ya el grueso de los compañeros se había ma-reado y algunos "echaron la vida" vomitando.
Muchos de nosotros teníamos la idea de que este yate nos transportaría para algún barco grande en un solo viaje. Pero no cambiamos de barco y el yate se quedó como transporte definitivo, el puente entre México y Cuba. Que yo sepa, nadie ha hecho una travesía tan larga en un yate diseñado para llevar cómodamente diez o doce personas, en el cual vamos ahora hacinados 82 hombres que apenas podemos movernos, además de la carga: armas, balas, mochilas, uniformes, sacos de naranjas, tanques de agua, cajas con latas de leche, bidones con combustible de reserva y un bote, sin contar los dos motores, uno con defectos en el cloche. También había escuchado de un proyecto que propuso el hijo del coronel Bayo de hacer este mismo viaje en un avión Catalina que él pilotearía; pero, bueno, se desistió, porque vamos aquí.
Ahora el yate se columpia suavemente, navega por un mar que parece un plato.
Es curiosa la relación que establece el hombre con el mar, a pesar de vivir fuera de él. Quizás eso dependa de cómo lo ve, pues pesca y se baña en ocasiones en él, cuando está tranquilo resulta acogedor como en estos momentos, y lo utiliza como nosotros ahora, que nos sirve de vía para llegar a Cuba. La noche dura fue la de la salida. Esa no se podrá olvidar jamás, con todos aquellos hombres y cosas revueltos. Después de aquella furia, ahora la calma. Ojalá que siga así.
El yate viene haciendo entre siete y nueve nudos. Dentro, la gente está soñolienta; los compañeros están medio ma-reados o mareados del todo. Otros se han recuperado ya de las horas en que casi pierden el estómago, que se les quería salir por la boca. Gracias a este estado de muchos, que apenas ingieren alimentos, ha podido durar la comida que traemos, si no, ya no habría nada para alimentar a estos 82 hombres. Muchos han resistido por estar fuertes y bien entrenados.
Los que se encargaron de la compra de los alimentos —sacos de naranjas, unos frascos con bacilos de vitaminas, un poco de huevos hervidos, dos latas de galletas, una caja de latas de leche condensada, pan y una pierna de jamón—, tal vez por desconocer el número de compañeros que los iban a consumir o por la premura en salir, poco pudieron hacer por la alimentación de nosotros para esta travesía.
Fidel sigue disparando para rectificar las mirillas telescópicas. Me pregunto cómo en este barco tan pequeño podemos caber tantos. La noche que salimos me pareció más pequeño, mucho más. Pero a medida que pasan los días se me va haciendo más grande. También nos hemos acomodado mejor, y nosotros mismos pesamos menos. Ya le he cogido dos huecos al cinto, y si este viaje dura mucho tiempo, llego a Cuba con la cintura como una avispa. La cosa se está poniendo a naranja, bacilos y agua. Las galletas y el pan se acabaron, y de la pierna de jamón lo que queda es el hueso, que no sé por qué no lo han tirado al mar con bandeja y todo.
Siguen los disparos: ¡ras, ras, ras! ¡Qué voluntad tiene este hombre! Lleva horas en eso. Otro cualquiera ya hubiera hecho varios recesos. En la banda de babor tiene colocada una diana en la parte de la proa, y desde la popa dispara, ¡ras, ras, ras!... Con cada fusil que ajusta hace la última comprobación. Así, uno tras otro, con un destornillador mediano que casi se le pierde entre las manos. Los ayudantes se turnan para alcanzarle las balas, el fusil o guardar este. Solo él sigue en su faena. Al final se le pasa al fusil una estopa con grasa para limpiarle el salitre: ya esto último lo hacen los ayudantes. Después, él y algunos más probamos las armas automáticas, disparando a un tanque de combustible vacío que arrojamos al mar.
Voy al puente de mando a ver cómo marca el rumbo en la carta náutica el capitán del yate. Es un hombre afable, de hablar pausado, de modales finos. Toma el compás, corre la regla por el mapa y hace trazos con un lápiz en cada marcación. Mueve la cabeza de vez en cuando y se arregla los espejuelos que, por la posición, se le bajan, corriéndosele por la nariz. Así, a cada rato se los sube y los vuelve a acomodar. Roque, el que viene de segundo del capitán, un ex teniente de la Marina de Guerra, intercambia criterios con él, mientras con el índice señala la marca de un faro, que dice toca en turno distinguir cuando caiga la noche. Da el estimado de que estamos haciendo siete nudos por hora.
Traen un equipo de radiotelefonía de onda corta, y por él comprueban los relojes y la hora. Se escucha música mexicana. Le indican al timonel, que conduce ahora, que a las 18:00 horas cambie el rumbo a 85 grados, manteniendo la navegación en esa dirección hasta las 17:00 horas del otro día. Como son operaciones que no entiendo bien, salgo. Solo la curiosidad me llevó allí un rato.
Con dificultad, trabajosamente, llego hasta la puerta y salgo al pasillo. Tomo por él con cuidado y voy hasta la popa a sentarme junto a dos compañeros que se encuentran allí. Con Mestre ya he conversado unas cuantas veces. Ahora me cuentan del desertor de Abasolo y que eso, además del acercamiento a la fecha del compromiso hecho por Fidel, precipitó la salida. El desertor conocía de algunas casas donde se guardaban armas y de la preparación del yate. ¡Qué ruin resultó este hombre! ¡Cómo engaña esta gente, tan dispuesto que parecía! Pero cuando lo obligaron al entrenamiento y al sacrificio, ni horas duró dentro del colectivo.
El mar es de un azul claro con verde esmeralda, y a la distancia se ve plateado y brillante por los rayos del sol, que dificultan mirarlo. Todo visto en su inmensidad, desde esta cáscara de nuez, ¡qué bello!
A veces, en su serenidad, se forman unas anchas avenidas por las corrientes que lo dibujan y parece que le dan sus colores.
Muchos de nosotros nos detenemos a contemplar el sol saliente, en el cenit y en su puesta. ¡Qué maravilla! En la naturaleza, si uno se fija bien, está todo, de ahí el modelo del pintor, que unas veces copia y otras deforma la realidad.
Unos delfines vienen al frente y a los lados del yate, entran y salen vigilantes como si fueran la punta de vanguardia y los flanqueadores. Todos se movilizan a verlos. Nos acompañan largo rato. Después no los veo más.
En la tarde, el cielo se encapota, relampaguea, el agua se ve negruzca, todo hace la tarde tenebrosa. Mirándola me pongo soñoliento. Aquí solo se ha podido dormir a ratos, hay que cambiar de posición para no entumirse. Me voy de aquí, pues dicen que el movimiento se demuestra andando, aunque dentro se está peor que afuera, salvo cuando hay mucho oleaje. Hay unos cuantos que desde la salida del yate no se han movido de su lugar, ni siquiera cuando lo baldeamos.
Ahora, entre las nubes y el mar, vemos el gran disco rojo del sol como se sumerge, poco a poco, en la línea del horizonte, parece que se hunde en el mar. El cielo en esa parte está rojizo. Cuando vuelvo el rostro, en el otro extremo ya es de noche, y en el mar se ven partículas fosforescentes.
Esta mañana hacemos el viaje cómodo, pero después de las doce del día, de momento el cielo empieza a ponerse gris, el mar está intranquilo, y todo, mar y cielo, parece envuelto en una bruma densa. En el horizonte se ve relampaguear. Así está como dos horas y media o tres, después cambia, empieza a correr la brisa, el cielo se despeja y aparece otra vez todo como es, el cielo como cielo y el mar como mar.
Por la parte donde está el sol no puede mirarse, casi lo ciega a uno con los des-tellos de sus rayos en el agua. Si se mira el mar, se le ve profundo, azul, enseguida se borra la estela de espuma. De nuevo, los peces voladores se ven saltar delante y a los lados.
Ahora parece como si el mar creciera o se inflara de adentro hacia afuera. Baja, sube otra vez. Un aire fresco corre, mientras el cielo se nubla. Al poco rato la marejada, como si el oleaje quisiera taparnos, barre la cubierta y el agua espumada vuelve al mar. Así se mantiene más o menos unas horas, después cambia y todo está sereno. Comienza a caer la tarde, sale la luna, que se refleja en el mar como en un espejo grande.
El día 25, cuando salimos de México, el yate empezó a hacer agua. Un naufragio hubiera sido desastroso, pues el pequeño bote que traemos apenas alcanza para tres o cuatro personas, ¡y tantos hubiéramos corrido hacia él como a una tabla salvadora! Imaginarse ese correcorre para el bote sería el terror, ahora es cosa de risa.
Hubo exclamaciones, alguien dijo: "El yate está haciendo agua". En el cuarto de máquinas ya había dos compañeros intentando sacarla, Pichirilo y Chuchú. Se aligeró la carga, botando al mar lo menos necesario. Hicimos una cadena humana y, con dos cubos que afortunadamente venían en el barco, empezamos a sacar el agua. Uno iba lleno para afuera con el agua que sacábamos, mientras el otro regresaba vacío. Fue una lucha entre el agua que entraba y la que sacábamos. Así duró hasta que alguien gritó:
— ¡Ya baja el nivel, ya baja el nivel!
Después conocí que por el exceso de peso que llevamos, el nivel del mar quedó por encima de la línea de flotación del yate, donde la madera estaba más reseca, filtrándose el agua por la unión de las tablas, hasta que la propia humedad la cerró y así terminó la entrada de agua. También se arregló la llave de un baño que contribuyó, con su rotura, a que hubiera mayor cantidad de agua.
Gracias a esos dos compañeros, que conocían este yate mejor que todos no-sotros por haber trabajado en él desde que se compró para esta travesía, todo quedó resuelto. Ellos lo cuidaron y atendieron hasta que salimos de Tuxpan, y ahora están al mando del barco junto con Pino, Collado y Roque.
Después, el mar ha estado menos revoltoso, parece que se condoliera un poco de nosotros.
Recuesto la cabeza a las paredes del yate, las vibraciones de los motores la hacen vibrar también, y me cosquillea la nariz. Me rasco y me río. Tal vez si en este momento alguien me mirara, diría: "¿De qué se ríe este?". Hoy hacemos el viaje con un mar tranquilo, se ve como un plato. Se escucha más el ruido del motor y el giro de las hélices, como si trajera el eje descentrado, porque vibra mucho el yate. No digo nada, pues de estar descentrado el eje, por el lugar donde nos encontramos y según la empresa que llevamos, no hay solución. Todas estas cosas debieron revisarse antes de salir, pero la premura o la falta de recursos parece que no lo permitió. Tal vez fue la manera disimulada de vivir en el lugar donde se encontraba el yate. ¡Es que todo fue tan apresurado!
Voy adentro y se ven manifiestas las incomodidades. No se puede dar un paso sin que tropecemos unos con otros. En algunos lugares para pasar hay que apartar una cabeza, mover un brazo para buscar un firme del piso donde poner un pie y después el otro, e ir aguantándose de las personas según se avanza. No es fácil encontrar a alguien, por la distribución interior que tiene el yate. Arriba está el puente de mando con un sofá y dos puertas que dan a los pasillos laterales, y este saloncito principal donde me encuentro ahora, con puertas a los pasillos, al puente de mando y a los camarotes de proa y popa. Hay un sofá en una esquina, enfrente un mostrador con cuatro butacas, detrás el fogón, el fregadero y un refrigerador. En el suelo, la entrada aI cuarto de máquinas. Debajo, los camarotes con literas para siete personas, un sofá que también sirve de cama y los baños. Buscar a alguien es una proeza y por lo regular pocos lo hacen, cada cual está casi estacionario, menos los que van afuera, que cuando hay oleaje o alarma entran y hacen más difícil la situación y el movimiento.
El día se ha nublado, hace más fresco. De pronto, como si se desencadenara un mal tiempo, el mar se revuelve y aparecen grandes olas. Una sube el yate, lo deja como en suspenso, detenido en el aire con las hélices fuera del agua, se oye el ruido que hacen al girar en el vacío. Después baja nuevamente como empujado por otra ola grande. Vuelve a subir, se recuesta de atrás, parece que va por el aire, ahora baja de proa, como si fuera a sumergirse en lo profundo del mar, choca con el agua y emerge de nuevo para repetir el movimiento en ese avanzar de cachumbambé. Así está unas horas, hasta que vuelve la serenidad. Miro al horizonte, todo está oscuro; después a lo alto, donde brillan las es-trellas: desde el yate en marcha, parece que se mueven, unas veces se acercan y otras se alejan, según las olas lo suben o lo bajan. El cielo está azul oscuro, se ve limpio y las estrellas más brillantes.
¡Qué alegría —me digo— volver para Cuba! Después de tantos meses de ausencia, volver para luchar con armas buenas, calibre 30,06. No sé qué arma me darán, pero cualquiera que sea, de tiro a tiro, de repetición o un fusil de mirilla, en esta ocasión será de igual a igual el enfrentamiento con el enemigo de infantería. Ya buscaremos cómo combatir contra los aviones, los tanques, los cañones y las ametralladoras. Lo que sí ahora no será calibre 22 contra 30,06, como decía Darío, será con el mismo calibre e igual alcance, y nosotros con mejor entrenamiento, preparados en condiciones difíciles para el combate de día y de noche, con hambre o con sed; pero con la voluntad de vencer, porque tenemos la razón, porque luchamos por la libertad de Cuba, por nuestro ideal y el de los hermanos caídos.
Aquí la mayoría de los que venimos somos jóvenes y todos revolucionarios que vivimos y sentimos las limitaciones, el hambre, la miseria, la muerte a que ha sido condenado injustamente nuestro pueblo por el tirano que se ha posesionado de Cuba como si fuera una hacienda particular. Por eso nos resulta más fácil adaptarnos a las privaciones y los sacrificios para luchar por lo que queremos: la libertad de la patria.
Voy otra vez a tratar de dormir un poquito, pues me siento más sedado después de la tensión de los primeros días del viaje. Primero en auto desde Ciudad México al lugar de donde salimos, Tuxpan. De ahí al yate, burlando a la policía federal. Esa salida por el río, a oscuras, a escondidas de la aduana, con los motores en baja, lloviendo, relampagueando, con viento, con frío. Parecía que no salíamos nunca al mar abierto, hasta que por fin, ya hace tres días que estamos navegando, y hasta el momento sin tropiezos con los guardacostas. La constante ahora, agua y cielo, y en las noches, como hoy, el cielo estrellado. Parece que ahorita va a salir la luna. Es la naturaleza mostrando su grandeza. Me duermo no sé cuánto tiempo. Cuando despierto ya hemos pasado lejos del cabo San Antonio para evadir cualquier vigilancia de la Marina de Guerra de la tiranía y del cabo Catoche de México, donde cubren la vigilancia en busca de barcos de pesca piratas y de cualquier embarcación como esta.
En el yate, cuando ocupamos un lugar lo mantenemos a ultranza, porque después es muy difícil encontrar otro cómodo, aunque ninguno lo es. Por tal motivo nos estamos horas en el mismo sitio, salvo que alguien convenga con otro compartir un lugar un rato cada uno, y así no hay preocupación de perderlo. Este que tengo ahora es de Che. Como ha venido con asma, prácticamente lo ha ocupado todo el tiempo. En el momento que lo tomé, salió a caminar. Es bueno que lo haga para su bien. Así reactiva la circulación. En lo que llevamos de viaje ha sido atacado por este padecimiento con fuerza.
El sol empieza a nublarse, pero detrás de las nubes se ven sus rayos débiles, como un abanico abierto, con sus puntas metidas en el mar.
Ha disminuido la velocidad del yate, porque navega con un solo motor. El otro están tratando de arreglarlo. Dicen que se ven luces en la línea del horizonte; ahora las observamos, se acercan hacia no-sotros, aparece otra más. Por la distancia parecen barcos. Orientan al timonel que cambie el rumbo para alejarnos de ellos. Se entregan armas y se ordena tomar precauciones. Con fuerza, entre dos, sacan el antitanque para el completamiento de la movilización. Ya nos vamos alejando, aunque lentamente. Dicen que son barcos de pescadores. ¡Qué bueno!, porque en un combate nocturno con antitanque y fusilería contra un guardacostas y con tanta gente a bordo para maniobrar, la cosa sería dura para nosotros. Tendríamos que pegarnos al guardacostas y saltar sobre él, si antes el yate no queda partido por uno o dos cañonazos y el peso nuestro.
Ponen nuevamente el rumbo que traíamos, ya arreglaron el otro motor, lo arrancan y ahora continuamos con los dos motores.
Este ha sido el primer zafarrancho de combate. Así será a partir de este momento, pues ya nos encontramos en una zona marítima que parece estar más transitada.
Amanece. El mar está tranquilo, con su color azul, se ve profundo y empieza a ser alumbrado por un sol radiante. Dan deseos de bañarse en él. Buscamos un cubo y una soga. Nos quitamos la camisa y nos tiramos agua por arriba. Con este sol que empieza a salir, se secará enseguida el pantalón. Llevamos unos cuantos días sin bañarnos, en el baño del yate no hay quién entre porque la bomba no funciona, no trabaja bien, y hay que echarle agua de mar con el cubo. Aprovechamos para baldear todo el baño por dentro, y prácticamente hacemos una limpieza general al yate. A muchos les molesta, porque tienen que correrse de un lugar para otro.
Vamos con rumbo norte al faro de la isla de Gran Caimán, marchamos con buen tiempo. Afuera y adentro corre la brisa, haciendo agradable el ambiente. Ya la gente en general se ve más animada. Fidel se encuentra reunido con Juan Manuel y otros compañeros, hacen planes. Los días van pasando más rápido. En la radio se escucha la emisora Radio Progreso, la "Onda de la Alegría", como la anuncian y así es, eso sentimos cuando escuchamos la música cubana.
Avisan de un barco mercante grande.
—¡Todos adentro! —gritan.
Los que están fuera corren y se colocan adentro, pero en esta ocasión con menos zafarrancho. Parecemos un yate fantasma que ha perdido la tripulación, o donde esta ha muerto de alguna epidemia y sus únicos supervivientes son el capitán y el timonel, que se mantienen, uno aferrado al timón y el otro al yate. Pasa el barco y nos vamos alejando.
Por la radio del yate escuchamos la noticia de las acciones en Santiago de Cuba que apoyarían nuestro desembarco, esperado en esta fecha, 30 de noviembre. Fidel se acerca con algunos de los compañeros a la radio, los que podemos nos acercamos también. Le suben más el volumen para que todos podamos oír. La emoción nos invade, nadie habla, todos escuchan atentos. Solo se oye el ruido de los motores, que ahora en el silencio se siente más alto.
La información de la radio se escucha a intervalos. Unas veces se va la voz y otras se puede oír mejor el locutor. Informan del ataque a la estación de policía, a la aduana y de tiroteos en las calles de Santiago. Ahora quisiéramos estar allí. Ellos apoyando nuestro desembarco y nosotros todavía navegando, lejos aún de las costas de Cuba, para que crezca más nuestra ansiedad por llegar.
Fidel nos reúne en el centro del yate y nos habla. Llama a Smith por su nombre, a Raúl y a mí. Todos están atentos, alrededor y afuera, en los pasillos, mirando por puertas y ventanillas. Hace la designación de los tres capitanes, lee los nombres de los que conformarán las escuadras y pelotones, el armamento que llevarán y el orden de marcha de cada pelotón. Smith a la vanguardia, el mío al centro y Raúl a la retaguardia. A cada jefe de pelotón nos entrega una pistola con culatín-funda y cuatro peines, dos largos y dos cortos, con suficiente parque, más el fusil de mirilla. A Smith le entrega uno automático, pues él lleva la mayor responsabilidad en la marcha, va a la vanguardia. También distribuye las armas entre los jefes de escuadra. Después dice unas palabras conmovedoras de lucha y de combate.
Comienza el reparto de los uniformes, las cananas, y, por último, las botas. Después de cambiarnos, muchos lanzamos al mar la ropa y los zapatos que traemos puestos, vemos los tiburones que atrapan las cosas con avidez, otras se hunden después de flotar un rato. Si alguien se cae aquí no hace el cuento. Cada cual, con su nueva responsabilidad, se va relacionando con el personal que le han subordinado. Mestre quedó en el pelotón de la vanguardia, ya no tendremos la oportunidad de estar juntos. iCuánto lo siento!
Ahora pasamos más trabajo cada vez que un vigía anuncia la presencia de un barco, pues vamos uniformados y armados. Ya somos una fuerza militar que va a liberar a la patria oprimida y a cumplir la promesa hecha por Fidel.
Estamos cerca de las costas cubanas, el tiempo parece que no avanza. Pienso en la nueva responsabilidad que me ha sido asignada, de conducir y cuidar, pero sin sobreprotección, a estos hombres que dirigiré y atenderé directamente, y a todos en general guiarlos a la victoria. Tengo que ser duro, corregir defectos y reconocer virtudes. Ser amigo y jefe, soldado y capitán, respetar y ser respetado. No pedir lo que no sea capaz de hacer. Exigir lo que para mí también resulta un sacrificio. Hacer justas valoraciones, ser equitativo y actuar con justicia. Todo esto implica mayor dedicación. Ser el primero en levantarme y el último en acostarme. Cumpliré mis obligaciones con honradez y sacrificio.
Estoy emocionado, como si el pecho lo tuviera oprimido. Necesito aire, aire. Salgo a cubierta y respiro profundo el aire de mar, que me refresca y, al darme en el rostro, me alivia. ¡Cuánto honor he recibido!
El tiempo empieza a cambiar. El yate se mueve salpicado por el oleaje espumoso. Me sujeto para no caer al mar. Ahora traquetea, se balancea de un lado para otro, se mete de punta, sale, se mueve, cimbra, vibra, parece como si fuera a partirse, y el mar en su furia quisiera tragárselo.
Navegamos por el norte de Gran Caimán. Vuela un helicóptero, tomamos medidas, pero sigue su viaje; parece un vuelo de rutina. El mar se pone cada vez más embravecido. Pasadas las seis y treinta de la tarde, las olas barren la cubierta. Ahora, en la noche, el sonido de las olas es más impresionante. Hace frío. ¡Qué fortaleza tiene este barco! ¡Cómo ha resistido y cómo todavía se enfrenta a este mar revuelto! Se han acabado los cigarros, ya no hay qué fumar. Se rastrea por los rincones y los bultos en busca de algún cigarro o tabaco, pero no se encuentra nada.
Vamos más apretados, pues por el tiempo que está haciendo todos tenemos que ir dentro. Fidel, el capitán y el timonel revisan el mapa. El capitán orienta que alguien vea si descubre el resplandor del faro de Cabo Cruz. Ya antes lo intentó uno, pero como hay tanto oleaje, se hace difícil la observación. Roque dice que él va a ver. Sube al techo. El yate da un bandazo, se escucha crujir un palo. Gritan:
— ¡Hombre al agua! ¡Que unos miren por un lado y otros, por otro!
Se ordena una movilización visual hacia el mar.
— ¡Una soga! ¡Una soga! iVean si hay salvavidas!
Solo aparece la soga, la trae Smith en la mano. Muchacho ágil, fuerte y trabado. Disminuye la velocidad el yate. Van pasando los minutos. Hay angustia, tensión y preocupación en los rostros. Gritamos:
— ¡Roooqueee! ¡Roooqueee!
Nada. Parece que el oscuro y agitado mar se lo ha tragado; mientras, el yate sube y baja, y a veces parece que las olas le cruzan por arriba.
Cuando el momento es más crítico, Fidel dice:
—¡De aquí no nos vamos, hay que encontrarlo!
Eso nos llena de alegría a todos. Dicho así, es detener la empresa que nos lleva a Cuba, hasta encontrar al compañero. Pensamos en la grandeza de este jefe que es capaz de arriesgarlo todo por un combatiente. En esta empresa no habrá jamás abandonados, no habrá jamás olvidados.
Volvemos a gritar:
—¡Roooqueee! iRoooqueee!
De aquel mar bravío surge una voz apagada:
— ¡Aquíí! ¡Aquíí!
Es una noche sin luna, y alguien grita que enciendan los reflectores. Cuando van a hacerlo están rotos, tienen que auxiliarse con linternas, con ellas alumbran.
—¡Ahí está! ¡Ahí está! ¡Lo pasaron de largo! ¡Lo pasaron de largo! ¡Miren a ver si está atrás o en los lados!
Mientras, todas nuestras miradas, como reflectores, registran, buscan en las aguas del mar. Smith grita:
—¡Aquí! ¡Aquí lo tengo!
Corren a auxiliarlo. El resto aplaudimos, muchos con lágrimas en los ojos. ¡El momento es sublime!
Ya entra, empapado, en pantalón, sin camisa y con escalofríos. Después, recuperadas sus fuerzas con la respiración artificial que le aplicaron, se le oye gritar bajito, con la voz entrecortada:
—¡Viva... Cuba libre...! —y con él lo hacemos nosotros.
—¡Pon rumbo al faro! —ordena Fidel al capitán.
Todos cantamos el Himno Nacional.
Después de este accidente se toma la medida de estar apostados, se emplazan los dos cañones antitanque y nos mantenemos alerta para abordar cualquier embarcación enemiga que se nos acerque, ante la posibilidad de que nos hayan visto por la cantidad de luces y el tiempo que estuvieron encendidas buscando a Roque. Amaneciendo, entramos en el canal de Niquero, y navegamos con precaución hacia la costa. Ya estamos en disposición de combate, pues nos acercamos a nuestro objetivo: ¡Cuba!
Como a las cinco de la mañana, el cielo está estrellado, para una parte se ve relampaguear. Al rato se ve un resplandor, es el amanecer, cada vez aclara más. El aire, a esta hora, en el mar es agradable, salitroso, se respira sin dificultad; ya este será el último día en el yate, aunque todavía no se ve nada en el horizonte, ni siquiera luces.
Aclara más, nos acercamos a un gran momento, todas las miradas están puestas hacia donde de un momento a otro aparecerá la línea de la costa; avanza el yate con rapidez o así nos parece. ¡Ya se ve, se acerca la costa! ¡Ya está ahí, ahora sí divisamos sus contornos! De momento entramos en un campo neblinoso.
—Es mangle, es mangle —dicen. Pero es la isla, es la costa de Cuba, en el sur de Oriente. Ya no sé cuántas cosas pienso y siento, todas en tropel y la vista puesta siempre en el mismo lugar, la costa, que ahora deja ver más claro su contorno.
Con la salida de México para Cuba se materializó otra vez la idea comenzada en el Moncada, detenida en el presidio, alimentada en el exilio y ahora puesta en práctica. Ha tenido que esperar, pero ya es realidad y se empezará a desarrollar tan pronto se realice el desembarco.
La línea irregular de la costa se ve verde. Los conocedores dicen que es mangle, aunque para mí es manigua, bosque. Después sabré lo que es mangle, ya no de oídas, sino de verdad. Ahí está la costa irregular, exuberante, bella. Huele a tierra húmeda, y ahora más a tierra que a sal. Pasa una gaviota graznando.
Traigo el corazón oprimido por la emoción. Respiro una y otra vez para descompresionar. El paisaje está empañado por la neblina; los ojos, por las lágrimas.
Le dicen a Fidel que ya casi no queda combustible. Pregunta si eso es un cayo. Le dicen que no, según la carta es tierra firme.
—¡Pues dale para tierra a toda velocidad!
Aceleran más los motores, estos dan un último impulso al yate, que aumenta su velocidad. Así unos minutos. De pronto se encalla en una barriga de fango bajo el agua. Llegamos. Ahora, adentro, a buscar la gente, a recoger la mochila.
— ¡Vamos, rápido, rápido, rápido, que no se quede nada! —le digo al que está junto a mí. Esto le parece el despertar de un sueño por lo sorprendido que se ve.
Cerca el manglar, a cincuenta o sesenta metros. Bajan el bote de remos. Lo cargan con algunas mochilas y cajas de metal llenas de balas. Hay que sacar las cosas con urgencia, porque empieza a hacer agua; después, poco a poco, se hunde. Oigo una orden:
— Pablo que regrese y busque los boqui toqui.
Estos son equipos de la Segunda Guerra Mundial, pero su radio de alcance es de unos cuatro kilómetros, su peso con la batería es tal que si los hubieran encontrado, se habrían hundido hombre y equipos igual que el bote.
Piden un voluntario para medir la profundidad del agua y salen tres que se tiran para ver por dónde da: Horacio, René y Crespo. Los miramos. Primero el agua les da por la cintura, luego al pecho, a la barbilla. ¡Parece que se empinan! Nuevamente, bajo el cuello, al pecho. Con la soga que tienen en la mano llegan al manglar y la amarran.
Ahora bajan uno a uno. Los hombres más gruesos se entierran en el fango al tirarse, los más livianos tienen que ayudarlos a salir. El yate encallado y los hombres hundidos en el fango. Baja toda la vanguardia, al frente su capitán. Después la Comandancia, una parte del pelotón y yo. Avanzamos en fila india con los fusiles en alto para que no se mojaran. Unos se a-garran a la soga, otros van sueltos.
Caminamos entre el agua enfangada, sucia, fría, que en este amanecer parece que tiene hielo. Unos pasos más y estamos en el manglar y la tierra, si a esto puede llamársele tierra. Lo que sí no queda duda de que es Cuba: ¡Cuba de verdad!
Subo al manglar chorreando agua. Mientras estoy en la orilla reagrupando a la gente, oigo el ruido del motor de una lancha, la veo pasar veloz a distancia. Indico abreviar, que se abran en abanico para perforar aquella cortina de mangle, pues en fila india será muy trabajoso, imposible, y que estemos a la vista uno de otro para no perdernos.
Avanzamos siempre hacia adelante, aunque a veces nos desviamos por lo enmarañado que está el mangle. Atrás se quedan solo los que tienen la misión de esperar el desembarco de los últimos. Los demás queremos salir, cuanto antes mejor. En ocasiones nos encontramos que la vanguardia se ha retrasado o que la retaguardia se ha adelantado. Al poco rato de estar caminando, oímos un disparo, ya habíamos escuchado otro. Hay que tener cuidado, no sea que lo hieran a uno. El avance por la intrincada malla de mangle rojo lo determina un poco la preparación y resistencia que tenga el hombre y su voluntad de no parar para salir rápido a tierra firme, pues esto es una ratonera, un jamo, una jaula de ramas y raíces de mangle enredadas; agua, fango, mosquitos, guasasas y calor, mucho calor. Muchos ya tienen golpes y desgarraduras en las manos y las piernas.
Llegamos a una laguna en medio del manglar, hay que pasarla. Es transitable, el agua da al pecho. En medio de la laguna, los palos secos de mangle parecen un dormitorio de totíes. Indico que se mantengan abiertos en abanico, que cada uno siga las huellas del otro, haciendo pasos obligados.
Después de pasar la laguna, semejante a un brazo de mar, seguimos rápido. Parecía que estábamos en un cayo. Esto no acaba nunca, el manglar, el agua, el fango que, al prolongarse, acrecienta la agonía con los mosquitos, los jejenes, la pestilencia, el hambre y la sed. El agua solo nos sirve para mojarnos los labios y la cara, no se puede tomar, porque es salobre, muy salobre. Muchos han botado cosas que traían, pues ya todo les pesa mucho. Llevan un fusil extra, cajas de balas, ropas, un sudario.
En este manglar, la naturaleza vive en sus insectos, mariposas, cangrejos, hongos, aves..., en esta malla de ramas y raíces, que hace horas nos tiene atrapados y casi no nos deja avanzar. ¡Es admirable la voluntad del hombre! Hay que meter la cabeza, después los hombros y empujarse uno para abrirse paso a golpe de voluntad.

Canto a Fidel


Vámonos

ardiente profeta de la aurora,
por recónditos senderos inalámbricos
a liberar el verde caimán que tanto amas.
Vámonos,
derrotando afrentas con la frente
plena de martianas estrellas insurrectas,
juremos lograr el triunfo o encontrar la muerte.
Cuando suene el primer disparo y se despierte
en virginal asombro la manigua entera,
allí, a tu lado, serenos combatientes,
nos tendrás.
Cuando tu voz derrame hacia los cuatro vientos
reforma agraria, justicia, pan, libertad,
allí, a tu lado, con idénticos acentos,
nos tendrás.
Y cuando llegue el final de la jornada
la sanitaria operación contra el tirano,
allí, a tu lado, aguardando la postrer batalla,
nos tendrás.
El día que la fiera se lama el flanco herido
donde el dardo nacionalizador le dé,
allí, a tu lado, con el corazón altivo,
nos tendrás.
No pienses que puedan menguar nuestra entereza
las decoradas pulgas armadas de regalos;
pedimos un fusil, sus balas y una peña.
Nada más.
Y si en nuestro camino se interpone el hierro,
pedimos un sudario de cubanas lágrimas
para que se cubran los guerrilleros huesos
en el tránsito a la historia americana.
Nada más.
Che Guevara
Canto a Fidel
México, 1956.

miércoles, noviembre 29, 2006

Mensaje del Comandante en Jefe a los participantes en la celebración de su 80 cumpleaños

Queridos compatriotas y queridos amigos de todo el mundo:
En este período he trabajado intensamente para garantizar en nuestro país los objetivos de la Proclama del 31 de julio.
Ahora nos encontramos frente a un adversario que ha conducido a Estados Unidos a un desastre de tal magnitud, que casi con seguridad el propio pueblo norteamericano no le permita concluir su mandato presidencial.
Al dirigirme a ustedes, intelectuales y personalidades prestigiosas del mundo, estaba ante un dilema: no podía reunirlos en un pequeño local. Solo en el teatro Carlos Marx cabían todos los visitantes, y yo no estaba todavía en condiciones, según los médicos, de afrontar tan colosal encuentro.
Opté por la variante de hablarles a todos utilizando esta vía. Es conocido mi pensamiento martiano sobre las glorias y los honores, cuando él dijo que todos cabían en un grano de maíz.
La generosidad de ustedes realmente me abruma. Son tantas las personas que me gustaría mencionar aquí, que nuevamente opto por no hacerlo, y les pido perdón por mencionar un solo nombre: el de Oswaldo Guayasamín, porque él logró sintetizar muchas de las mejores virtudes de los aquí presentes.
Me hizo cuatro retratos. El primero que pintó, en 1961, se perdió. Lo busqué por todos los rincones posibles y nunca apareció. Cuánto sufrí cuando supe qué clase de persona excepcional era Guayasamín. El segundo fue en 1981 y se conserva en la Casa Guayasamín en La Habana Vieja. El tercero, en 1986, se conserva en la "Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre". Qué lejos estábamos él y yo, cuando nos conocimos, de imaginar que el cuarto retrato sería su regalo de cumpleaños en agosto de 1996.
Cuán inspiradas fueron sus palabras cuando dijo: "De Quito y en cualquier rincón de la Tierra dejen una luz encendida, que regresaré tarde".
De Oswaldo Guayasamín escribí un día, al inaugurar la Capilla del Hombre: "Fue la persona más noble, transparente y humana que he conocido. Creaba a la velocidad de la luz, y su dimensión como ser humano no tenía límites."
Mientras el planeta exista y los seres humanos respiren, la obra de los creadores existirá.
Hoy, además, gracias a la tecnología, las obras y los conocimientos que el hombre ha creado a lo largo de miles de años están al alcance de todos, aunque aún no se conozcan los efectos que tendrán sobre los seres humanos las radiaciones de miles de millones de computadoras y teléfonos celulares.
En días recientes la prestigiosa organización Fundación Mundial para la Vida Silvestre (WWF International por su sigla en inglés), radicada en Suiza y considerada mundialmente como la más importante ONG que controla el medio ambiente global, declaró que el conjunto de medidas aplicadas por Cuba para proteger el medio ambiente la convertían en el único país de la Tierra que cumple los requisitos mínimos de desarrollo sostenible. Esto constituyó un honor estimulante para nuestro país, pero de escasa trascendencia mundial, dado el peso de su economía. Por ello, el pasado día 23 envié un mensaje al Presidente Chávez que decía:
"Querido Hugo:
"Al adoptar un Programa Integral de Ahorro de Energía, te convertirás en el más prestigioso defensor mundial del medio ambiente.
"El hecho de ser Venezuela el país de mayores reservas de petróleo es de enorme trascendencia y te convertirá en un ejemplo que arrastrará a todos los demás consumidores de energía a hacer lo mismo, ahorrando sumas incalculables de inversión.
"Al igual que Cuba, productora de níquel, puede movilizar recursos por miles de millones de dólares para su desarrollo, Venezuela, con sus exportaciones de hidrocarburos, podría movilizar millones de millones.
"Si los países industrializados y ricos lograran el milagro de reproducir en el planeta, dentro de varias decenas de años, la fusión solar, destrozando antes el medio ambiente con emanaciones de hidrocarburos, cómo los pueblos pobres, que constituyen la inmensa mayoría de la humanidad, podrán vivir en ese mundo.
"¡Hasta la victoria siempre!"
Por último, entrañables amigos que nos han hecho el inmenso honor de visitar nuestro país, me despido con gran dolor por no haber podido darles personalmente las gracias y abrazar a cada uno de ustedes. Tenemos el deber de salvar nuestra especie.
Fidel Castro Ruz
28 de noviembre del 2006

viernes, noviembre 24, 2006

Hacia Tuxpan

Tomado del libro La palabra empeñada)
Heberto Norman Acosta, Investigador histórico Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado
Mientras tanto, en Cuba se ultiman los detalles en torno a la acción de apoyo al desembarco. Aunque en su última visita a México, Fidel insistió a Frank País en la conveniencia de comenzar dicha acción cuando se conociera el desembarco, desde días antes el joven santiaguero ha considerado la efectividad de hacer coincidir ambas acciones y ante un plano de la ciudad expuso su propósito a Pepito Tey y Léster Rodríguez, quienes están de acuerdo con su proposición.
Jesús Montané (izquierda) junto a Juan Manuel Márquez durante los preparativos de la expedición en México.
Frank les explica que, con las armas que cuentan, deben distribuir la ciudad entre los diferentes grupos de acción, apoyados por las Brigadas Juveniles, con el propósito de propinar un golpe de tal magnitud que entretenga lo suficiente a las fuerzas de la tiranía para que el desembarco se realice sin dificultad alguna.
Con tal propósito, Frank propone atacar el edificio de la Policía, en la loma del Intendente, y el de la Policía Marítima en el puerto. Además, hacer un bloqueo al cuartel Moncada y dispararle con un mortero para crear el desconcierto. Los grupos que puedan armar, situarlos en puntos que impidan la salida de la fortaleza militar. Si los insurreccionalistas auténticos y los de Acción Libertadora estuvieran dispuestos a participar o brindar sus armas, se podría completar el cerco; si no, debe hacerse con barricadas que sitúen las Brigadas Juveniles. Lo mismo habrá que hacer con el Distrito Naval y tratar de tomar el aeropuerto, para evitar la llegada de refuerzos. Para ello pide a Manuel Abelardo Rodríguez Font que tome fotos aéreas del aeródromo y de todos sus accesos.
Luego de recorrer los lugares donde se desarrollarán las acciones, el viernes 23 de noviembre Frank País cita por separado a los jefes de grupos y en la casa de Arturo Duque de Estrada, en San Fermín 358, imparte a cada uno su misión, debiendo informar una vez que termine el reconocimiento del objetivo asignado.
Aquel propio viernes 23 de noviembre, el Estado Mayor del Ejército envía desde Columbia un radiograma cifrado al jefe del Regimiento No. 1 de la Guardia Rural en Santiago de Cuba, ordenando el arresto y conducción ante el coronel Orlando Piedra, del dirigente clandestino Frank País García, vecino de General Banderas 226, entre Habana y Maceo, Santiago de Cuba.
Acontecimientos de última hora
El sábado 24 de noviembre, los órganos de prensa mexicanos continúan informando acerca de la reciente ocupación de armas en la capital mexicana y la detención de los cubanos Pedro Miret, Enio Leyva y Teté Casuso. Según el diario Últimas Noticias, estos supuestamente están apoyados por Vicente Lombardo Toledano y los comunistas. Aunque los detenidos niegan conocer el origen de las armas ocupadas y toda relación con el ex presidente Carlos Prío y Fidel Castro, se afirma que este último se encuentra sujeto a estrecha vigilancia. Por otra parte, funcionarios de la Procuraduría General de la República niegan que los cubanos detenidos fueran a ser deportados y aseguran que de un momento a otro serán presentados ante las autoridades judiciales.
Ese sábado, Pedro Miret y Enio Leyva son trasladados de la cárcel de Miguel Schultz a la penitenciaría de la calle Lecumberri, conocida tristemente como el Palacio Negro, donde permanecerán detenidos varios días, hasta que el viernes 30 de noviembre Melba Hernández se presenta a pagar la fianza fijada por las autoridades y conocen entonces de la partida de la expedición y su probable arribo, al divulgarse la noticia del alzamiento de Santiago de Cuba.
Raúl Castro y Antonio Ñico López en México, noviembre de 1956.
La mañana de aquel 24 de noviembre, exactamente una semana después de la ocupación de las casas de Sierra Nevada y la detención de varios compañeros debido a una traición, los combatientes que aún permanecen en Ciudad México se disponen a partir hacia el punto de concentración acordado. Dos días después, el lunes 26, el grupo de revolucionarios que fuera apresado durante la redada de junio debía presentarse a firmar a las oficinas de la Secretaría de Gobernación.
Bien temprano, Gustavo Arcos se presenta en el apartamento de Sombrerero 9, edificio Dolores, para recoger a Mario Hidalgo, quien permanece allí junto con René Rodríguez y las hermanas Eva y Graciela Jiménez. Mario Hidalgo solo atina a tomar una máquina de afeitar, el cepillo y la pasta de dientes, que guarda en el bolsillo de su jacket, y van en busca de unos espejuelos para Fidel y Faustino; visitan además distintas casas, en las que Gustavo deja algunos recados.
La cita convenida es en la casa de la calle Génova 14, cerca del Paseo de la Reforma, donde residen dos ancianas tías del ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó. Hacia allí se dirige minutos después Mario Hidalgo, en el auto que conduce Gustavo Arcos, llevando a bordo a otros compañeros.
Esa mañana, Gustavo Arcos pasa también por el apartamento de Insurgentes 6, para avisarle a Fernando Sanche-Amaya de la inminente partida. Poco después, Sanche-Amaya arriba en un taxi a la dirección indicada, sube por una escalera y llega a un saloncito, donde encuentra a Juan Almeida, Mario Hidalgo y a un grupo de compañeros.
Aquella mañana, en la casa de Génova 14 se reúnen varios combatientes citados para ese lugar, entre ellos Universo Sánchez, Juan Almeida, Calixto Morales, Oscar Rodríguez y Rolando Santana.
Poco antes, cumpliendo instrucciones de Fidel, Universo reúne temprano en el apartamento de Insurgentes 5 al reducido grupo de compañeros que no han sido seleccionados para integrar la expedición, unos por el peso y el tamaño, otros por encontrarse enfermos o no poseer la capacidad física necesaria. En este grupo se encuentran los hermanos Tomás Electo y Federico Darío Pedrosa, Félix Aguedo Aguiar, Walfrido Moreno y Fernando Margolles, quien recientemente arribara de los Estados Unidos. Universo les dice de manera escueta que van a una misión, tienen que quedarse allí y no pueden salir, dejándoles dinero para que compren comida.
La preocupación de Fidel Castro por la situación de los compañeros que quedan en la capital mexicana, así como por su familia, es manifiesta. Esa propia mañana, desde un lugar de su recorrido hacia Tuxpan, a las 10:02 del día envía un telegrama a Amaldo G. Barrón, en Nueva York, haciendo responsables a todos los compañeros del Club Patriótico 26 de Julio de esa ciudad por el sostenimiento de la familia de Walfrido Moreno, sin ofrecer otros detalles.
Cerca de las 11:00 de la mañana de aquel sábado 24, Raúl Castro se dirige en un auto conducido por Horacio Rodríguez al apartamento de Callejón Sombrerero 9, edificio Dolores, donde residen las hermanas Eva y Graciela Jiménez. Allí lo aguarda René Rodríguez y visitan por última vez a la casa de la calle Fuego 791, esquina a Risco, Jardines del Pedregal de San Ángel, para que Raúl se cambie de ropa y se despida de sus hermanas Lidia, Emma y Agustina.
En aquella ocasión, Raúl viste un traje azul recién salido de la tintorería y botas. Por su parte, René un traje gris que acaba de comprar en una casa de empeño. Raúl no revela a sus hermanas la fecha de la partida, pero sí les comunica que son sus últimos momentos en México. Lidia le prepara una maleta pequeña con alguna ropa y otros efectos. Pero Raúl le expresa que cree no va a tener mucho tiempo para usar aquellas cosas, a la vez que le entrega una fotografía para su mamá y otra para su hermana Juanita, una notica escrita a Agustina y otras cartas más.
La noche anterior la pasó Raúl Castro escribiendo algunas cartas y documentos, entre ellos el Testamento Político de Antonio López Fernández y Raúl Castro, una de cuyas copias le entrega a su hermana Lidia, otra a Orquídea Pino y la tercera que deben guardar estas para, en caso de que caigan ambos, la entreguen a un miembro de una institución política cubana radicada en México. Fechado en la madrugada del sábado 24 de noviembre de 1956, dicho Testamento Político revela el avanzado pensamiento político de los dos combatientes, plenamente identificados con la concepción marxista-leninista. El documento comienza expresando:
Finalizando el 1956 y estando a punto de culminar con el estallido de una violenta insurrección que arroje del poder a los que por la fuerza y contra las leyes de la nación lo ocupan desde el 10 de marzo de 1952, los abajo firmantes, Antonio López Fernández y Raúl Castro Ruz, miembros del Movimiento Revolucionario "26 de Julio", ante la inminencia de la lucha armada y el riesgo que corremos al igual que todos los participantes de caer en la misma, habíamos decidido dejar constancia escrita de nuestros pensamientos y exponer las razones que nos han impulsado a la lucha, como ideas complementarias a las públicamente anunciadas por nuestro movimiento.
Pero habiendo sido decisivo el factor tiempo para hacer un análisis amplio y a fondo de la cuestión cubana, ya que acontecimientos de última hora hacían demasiado peligroso la prolongación de nuestra estancia en México, obligados por esos factores y con tiempo apenas de redactar estas breves líneas en las horas que nos quedan aquí, hemos decidido como cuestión previa, concedernos mutuamente un amplio voto de confianza por si alguno de los firmantes queda con vida al finalizar la lucha, que su voz, sus ideales y pensamientos, representen plenamente al del que caiga en el combate; inclusive está autorizado, tomando la ideología del "26 de Julio" como meta, llegado el momento de creer estos postulados caducados, a ingresar en cualquier organización político-revolucionaria más avanzada que la anterior, y siendo así, simbólicamente ingresará también el que años o meses antes, según las circunstancias, haya caído en la lucha anterior, o sea, esta que dará comienzo muy brevemente.
Con plena confianza pueden expresarse así dos jóvenes totalmente identificados en todos los órdenes y conceptos revolucionarios y en lo particular como verdaderos hermanos, incapaces de traicionarse entre sí el más insignificante principio, ya que estos constituyen nuestra razón de ser y a los mismos les ofrendamos nuestras vidas jóvenes y puras. Principios que han de mantenerse con los sacrificios de la adversidad y del triunfo, ya que interpretamos el Poder como un sacrificio sagrado en beneficio del pueblo y no una posición de lucro personal.
Partiendo de esta base, exponemos sincera y humildemente que no somos ningunas personalidades decisivas en la política y el proceso que vive el país, aunque sí lo sean las ideas que sustentamos como otros miles de cubanos, sino simples militantes del glorioso "26 de Julio". No obstante, en el orden particular nos interesa aclarar que si por necesidad caemos los dos en la lucha, que Jamás nuestras tumbas han de servir de pedestal a demagogo alguno en beneficio personal y en el orden general, exponemos que nuestros nombres solo podrán invocarlos aquellos que decididamente hoy luchen por nuestras mismas ideas, ideas demasiado conocidas por todos aquellos que nos han tratado y que desgraciadamente por los motivos explicados no podemos dejar constancia escrita en este escueto Testamento Político, pero que podemos sintetizar con las siguientes palabras: Un gobierno de Liberación Nacional como actualmente es interpretado por el Partido de los obreros cubanos y en un mañana no muy lejano, por ideas más avanzadas todavía en lo económico y social, en la forma gradual que requieran los procesos de los pueblos.
No obstante la sencillez de este documento, representa honradamente nuestros pensamientos sobre tema tan trascendental como lo es sin duda, el ideal que mueve a los hombres hacia las grandes empresas de sacrificios y de lucha. Si en medio de los combates, el tiempo nos permite irlo complementando, así lo haremos [. . .
En aquella ocasión, Raúl comenta irónico a su hermana Emma que no saben si la Revolución triunfará y si van a sobrevivir. Pero si triunfan, llevarán adelante la Reforma Agraria y debe olvidarse de regresar. Raúl no olvida entonces el compromiso moral contraído con su compañero José Luis Tasende, caído en el Moncada, y añade que si muere, su parte de la herencia se la den a Temita Tasende.
Luego de enterrar en el jardín al fondo de la casa algunos documentos que pueden resultar comprometedores, Raúl da las últimas orientaciones, entre otras que luego de la partida todos deben concentrarse en el lugar durante una semana, esperando noticias. Esas mismas orientaciones ya se las ha dado a Eva y Graciela Jiménez.
Cerca de la 1:00 de la tarde, Raúl baja con sus hermanas por la escalera exterior hasta la puerta de la residencia del Pedregal de San Ángel. Lleva en su mano derecha la maletica que le preparó Lidia. Parte con sus compañeros hacia la casa de la calle Génova 14, donde lo aguarda un grupo de combatientes que se apresta a partir. Allí entran al garaje y cambian el auto que traen por un Buick, según acordaran, para evitar el chequeo de la policía.
Momentos después, arriban a la casa de Génova 14 el ingeniero Alfonso Gutiérrez, Fofó, y su esposa Orquídea Pino, luego de cumplir la encomienda dada por Fidel la noche anterior de comprar algunos abastecimientos. Esa mañana se levantaron temprano, fueron al mercado y, entre otras cosas, traen chocolate, leche en polvo y algunos jamones serranos. Fofó Gutiérrez también tuvo la responsabilidad de arrendar a su nombre cerca de cinco automóviles, que parten esa mañana con varios combatientes.
En horas del mediodía de aquel sábado 24 de noviembre, salen en un auto de la capital mexicana Alfonso Gutiérrez, Fofó, y su esposa Orquídea Pino, conduciendo a Juan Almeida y Universo Sánchez. En otro auto viajan Oscar Rodríguez, Calixto Morales, Mario Hidalgo y Rolando Santana, provenientes de Insurgentes 5. Los acompaña Raúl Pino, el hijo de Onelio.
Por último, parte el grupo integrado por Raúl Castro, René Rodríguez, Fernando Sanche-Amaya y Horacio Rodríguez, quien conduce, Momentos después, según afirma Sanche-Amaya, recogen a Ciro Redondo cerca del Monumento de la Raza y continúan camino.
Los vehículos se dirigen hacia la parte norte de la capital mexicana. Toman la avenida Insurgentes hacia los Indios Verdes y rebasan los límites del Distrito Federal. Pasan veloces los suburbios y pequeños poblados de chozas de adobe, entre otros el de Tizayuca, guardando una prudente distancia unos de otros. Ascienden luego por la carretera hasta llegar a la ciudad de Pachuca, capital del estado de Hidalgo. Algunos se detienen y comen algún bocado, para después seguir camino. Luego ascienden por una estrecha carretera entre montañas, bajo una fina lluvia y un intenso frío.
También en horas de ese mediodía, el grupo integrado por Héctor Aldama, Marta Eugenia López y Diego García Febles se apresta a salir de la capital mexicana rumbo a Poza Rica. En el apartamento de Jalapa 68 dejan a su compañero Francisco González Rodríguez, el Cocinero, quien recién regresó de Veracruz y se encuentra enfermo.
Aldama y sus compañeros se dirigen a la Plaza de la Constitución, para tomar el ómnibus en el que deben trasladarse hacia Poza Rica. A ellos se une en último momento Gustavo Arcos, acompañado de Herminio Díaz García, recién venido de Costa Rica e involucrado a última hora en la expedición, a pesar de estar muy vinculado a organizaciones insurreccionalistas auténticas. De El Zócalo salen unos ómnibus para Pachuca que deben abordar y luego hacer un trasbordo para continuar viaje. Pero cuando Aldama les informa de la partida, Herminio quiere llamar por teléfono a su mujer para avisarle y Aldama se niega. Discuten y Gustavo incluso Intenta interceder. Por último, Herminio se convence de no hacerlo. Y toman el ómnibus. Pero durante el viaje, este mantiene una extraña actitud y no habla en todo el camino, hasta que durante una breve parada en la ciudad de Pachuca para hacer el trasbordo, Herminio Díaz decide desertar llevándose el maletín de Marta Eugenia. La situación se torna difícil para el grupo, pues el desertor ya conoce la ruta que llevan hacia Poza Rica.
Mientras, continúan concentrados en el motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, numerosos combatientes aguardando la señal de partida. En horas tempranas de la mañana, Fidel Castro da instrucciones a Jimmy Hirzel y Enrique Cámara para que salgan en un auto hacia Tuxpan y luego Tecolutla, vean las condiciones en que se encuentran los preparativos para la partida y aprovechen para conocer el parte meteorológico de ese día. Después, se encontrarán en un punto entre Poza Rica y Tuxpan.
Cuando Hirzel y Cámara arriban al pueblito de Santiago de la Peña, en la margen izquierda del río Tuxpan, avanzan por una calle muy mala, con muchos baches, hasta llegar finalmente a un lateral de la casa. Entonces ven por el río venir a Chuchú Reyes con el yate, quien les comunica le informen a Fidel que ya está listo el barco.
Aquella mañana, Chuchú Reyes detiene el yate Granma al Iado de la casa de Santiago de la Peña y Carlos Bermúdez ve por primera vez la embarcación que ayuda incluso a atracar. Comprende entonces que la partida es inminente. Antes de volver a salir en un botecito, Chuchú le insiste a los mecánicos en que no dejen las herramientas a bordo. La premura no permite que se realicen todos los arreglos que requiere la embarcación, aun cuando algunos son de suma importancia.
Luego de cumplida la primera parte de la misión, Jimmy Hirzel y Enrique Cámara se dirigen a la ciudad de Poza Rica y después se trasladan al balneario de Tecolutla, donde se encuentran alojados en varios hoteles los combatientes llegados de Veracruz y Xalapa conducidos por Ñico López. También se ponen al tanto del parte meteorológico, que anuncia mal tiempo.
En las primeras horas de la tarde de aquel sábado 24, luego de viajar toda la noche y parte del día, comienzan a arribar a la pequeña ciudad de Poza Rica los primeros grupos de combatientes que partieran la madrugada anterior en distintos autos desde Ciudad México. El olor a petróleo que impregna la atmósfera y el oleoducto que bordea la carretera anuncian la cercanía. En la medida en que se aproximan se divisan infinidad de torres de perforación que ofrecen un singular espectáculo.
Por aquel entonces Poza Rica es una pintoresca ciudad petrolera de aspecto norteamericano, nacida en el desierto apenas unos años antes, con calles muy anchas y rectas. Abundan los hoteles y hay gran actividad comercial, por lo que la presencia de los cubanos que arriban no despierta la menor sospecha.
Fidel Castro se ha trasladado a Poza Rica e inspecciona los hoteles donde se alojan los combatientes, entre estos el Fénix y el Aurora. Aquella propia tarde se encuentra con Melba Hernández, Jesús Montané y Rolando Moya, que poco antes arribaran en un auto y a quienes señala el recorrido hacia Tuxpan, advirtiéndoles que Orquídea Pino y su esposo pasarán por allí para unirse a ellos.
Poco después, se encuentra con Reinaldo Benítez y su esposa Piedad Solís, quienes permanecen alojados desde la tarde anterior en una habitación del hotel Aurora. Fidel viste ropas de magnate petrolero, con un sombrero tejano, y luego de recoger las dos maletas con armas que trajeran, les da las últimas instrucciones: "No se muevan de aquí, que luego los vendrán a buscar".

Comienza la hora de partir hacia Cuba

(Tomado del libro La Palabra Empeñada)
Heberto norman Acosta Investigador histórico Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado
Aquel jueves 22 de noviembre, Ñico López arriba a la ciudad de Veracruz para transmitir la orden de trasladar a los combatientes hacia Xalapa, ya en camino hacia el punto de concentración. Estos son Armando Mestre, Miguel Cabañas, Armando Huau, Antonio Darío López, Norberto Godoy, Pablo Hurtado, Luis Crespo, Norberto Abilio Collado, Arnaldo Pérez, Alfonso Guillén Zelaya, Jaime Costa, Enrique Cuélez, Arturo Chaumont y Evaristo Evelio Montes de Oca, quien funge como responsable de la zona. Antes de salir, Ñico plantea que aquel compañero que no quiera partir hacia Cuba se puede quedar. Pero todos están de acuerdo y parten en ómnibus hacia Xalapa.
En medio de los preparativos, Fidel tuvo que enfrentar muchos momentos azarosos, en la foto dialoga con uno de los abogados tras las detenciones de expedicionarios por la Policía Federal en el mes de julio.
Aquella noche, los combatientes que residen en Xalapa también reciben la orden de prepararse para partir. Por la madrugada, llega Ñico López y les informa que ha llegado la hora de salir para Cuba, que el que esté dispuesto dé un paso al frente y el que no, puede quedarse. Todos dan el paso al frente, con una alegría tremenda.
Mientras tanto, en Ciudad Victoria permanecen alojados en diversos hoteles los treinta y dos combatientes que, conducidos por Faustino Pérez, salieran la noche anterior del campamento de Abasolo y aguardan el momento de la partida. La mañana y la tarde la aprovechan en visitar algunos lugares de interés o resolver varias cuestiones. Tomás David Royo sufre un fuerte dolor de muelas y tiene la cara hinchada. Pablo Díaz lo acompaña a un dentista, quien le informa que no puede extraerse la muela y debe inyectarse. Entonces Pablo se lo informa a Faustino, quien determina entregarle algún dinero y enviarlo de regreso a Ciudad México. Pero cuando Pablo se lo comunica a Royo, este decidido le responde que ya sabe que se van para Cuba y que a él hay que matarlo junto con todos.
En la capital mexicana también se ultiman los detalles para la partida. Ese día, Jesús Montané y Melba Hernández comienzan a cumplir rápidamente las instrucciones recibidas por Fidel la noche anterior. Una de las primeras casas en ser evacuadas es la de la calle Ingenieros, custodiada por el italiano Gino Doné y que solamente conocen unos cuantos.
Varias prácticas se hicieron en este campo de tiro.
Por su parte, Julito Díaz y Ramiro Valdés abandonan el apartamento de Nicolás San Juan 125, colonia Narvarte, donde reside la cubana Clara Villa Milián, Chicha, y se dirigen al motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, en compañía de otros combatientes.
De regreso a la capital mexicana, Fidel Castro se reúne en el apartamento de Coahuila 129-C, colonia Roma, con el ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó, y su esposa Orquídea Pino para analizar los detalles y la fecha de la partida. Esa mañana, Cándido González los va a buscar a su casa y les dijo que Fidel quería hablarles. Se reúnen y Fidel les habla de las características del barco, que no tienen una garantía de poder llegar a Cuba, pero la situación es apremiante y quiere consultar con ellos su opinión. Les comunica además la fecha de la partida y el itinerario de los distintos grupos hasta el punto de concentración 11.
Casi al anochecer, Fidel acude una vez más a la casa del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, en la calle Teziutlán 30, Coyoacán, para despedirse del oficial amigo e informarle de la inminente partida. Conversan en una calle semioscura y Gutiérrez Barrios recuerda que Fidel, con gran confianza en su persona, le comunica que se va a luchar por la libertad de su país. Por supuesto, el oficial amigo no le pregunta cuándo ni cómo ni dónde.
También Fidel visita esa tarde la casa del exiliado cubano Carlos Maristany y le comunica la inminente salida de la expedición.
Esa misma noche, Fidel cita a algunos jefes de grupo en el Pedregal de San Ángel, para comunicarles la inminente partida y transmitirles las últimas orientaciones. Entre otros, asiste Reinaldo Benítez, a quien da instrucciones de que recoja a su esposa Piedad Solís y regrese a ese punto, para dar un largo viaje. Así lo hace Benítez, fue en busca de Pipí al apartamento de Pedro Baranda 18 y, cuando regresó al punto de reunión, le instruyen recoger dos maletas grandes llenas de armas para llevarlas a Poza Rica. Y aquella noche partió con su esposa Piedad Solís, en un auto conducido por Jimmy Hirzel.
En estas chozas del rancho María de los Ángeles, de abasolo, Estado de Tamaulipas, pernoctó un grupo numeroso de expedicionarios.
También Héctor Aldama, quien permanece residiendo en el apartamento de Jalapa 68 junto a otros combatientes, acude aquella noche a la casa del Pedregal de San Ángel, donde Fidel lo aguarda para informarle de la inminente partida y darle las últimas instrucciones. Le entrega además una pistola de ráfagas y un reloj, y de ahí regresa a su casa campamento para preparar a los compañeros. En aquella ocasión, Fidel le plantea la imposibilidad de llevar en la expedición a su compañera, la mexicana Marta Eugenia López, debido al poco espacio disponible en la embarcación. Para él es duro decírselo a Marta Eugenia, pues ella había realizado todos los entrenamientos al igual que cualquier otro compañero, y decide comunicárselo a la hora de zarpar.
Con la adarga al brazo
El viernes 23 de noviembre, los diarios mexicanos ofrecen informaciones contradictorias sobre la mencionada conspiración y la cantidad de armas decomisadas, en tanto la policía se mantiene en silencio respecto a los hechos. Algunos afirman que las armas ocupadas ascienden a unos 56 mil dólares, compradas en su mayoría en los Estados Unidos, mientras otros declaran que la cantidad es mucho menor. Últimas Noticias, la edición vespertina de Excelsior, citando una fuente de la policía, informa que entre los documentos ocupados a los detenidos se encuentran cartas del ex presidente Carlos Prío Socarrás, pero la policía no comenta al respecto. Se asegura, en cambio, que la investigación continúa y que conocidos exiliados cubanos están siendo cuidadosamente vigilados. Durante los interrogatorios del día anterior, poco o nada revelaron los detenidos acerca de las armas capturadas y niegan terminantemente conocer a Fidel Castro. Aunque se guarda todavía silencio sobre los detalles, un informante expresa que las armas ocupadas fueron entregadas el día anterior a la Procuraduría General de la República.
Aquel viernes 23 de noviembre, comienza a ejecutarse el traslado de los combatientes hacia el punto de concentración, según el plan trazado por Fidel Castro. Por la mañana, Cándido González acude al apartamento de la calle Coahuila 129-C, colonia Roma, para recoger a Arsenio García, Félix Elmuza y a otros combatientes, y conducirlos en un auto Pontiac hacia el motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, estado de Puebla, adonde llegan alrededor del mediodía. En dos o tres cabañas alquiladas, Arsenio advierte a Ramiro Valdés, Ciro Redondo y a Juan Manuel Márquez, y le llama la atención la cantidad de maletas de piel que hay, todas con armas.
Mientras, el nutrido grupo de treinta y dos combatientes procedente del campamento de Abasolo, que desde hace dos días se encuentra hospedado en diversos hoteles en Ciudad Victoria, estado de Tamaulipas, se apresta a partir en ómnibus hacia la ciudad de Tampico, importante puerto a orillas de la desembocadura del río Pánuco, rumbo al sur. Ya de noche, llegan a Tampico y se hospedan en varios hoteles y posadas, hasta esperar la señal de partida. Uno de ellos es el hotel Inglaterra, en la esquina de las calles Díaz Mirón y Olmos.
Por su parte, el grupo de Veracruz, que la noche anterior se trasladara a la ciudad de Xalapa para unirse al otro grupo de combatientes en ese lugar, sale aquella mañana en ómnibus conducido por Ñico López hacia Tecolutla, centro turístico en la costa veracruzana a orillas de la desembocadura del río del mismo nombre. En total, suman cerca de quince combatientes. Antes de llegar, descienden de los ómnibus por unos minutos para cruzar en patana el río. En Tecolutla se alojan en distintos hoteles, en espera de la señal de partida. Evaristo Montes de Oca es de los primeros en llegar y el encargado de alojar a los compañeros en los hoteles, lo cual hace sin dificultad pues no es temporada turística. Dicen ser integrantes de un equipo de pelota y así pasan dos días en Tecolutla.
Esa propia tarde, Reinaldo Benítez y la mexicana Piedad Solís arriban a la ciudad de Poza Rica, en el auto conducido por Jimmy Hirzel. Llevan consigo dos maletas llenas de armas y se hospedan, según lo acordado, en el hotel Aurora.
Mientras los distintos grupos de combatientes se encaminan hacia el punto de concentración, Carlos Bermúdez permanece solo custodiando la casa de Santiago de la Peña, en las márgenes del río Tuxpan. Lo único que ha comido es unas galletas y otras boberías que le dejaron, además de algunas naranjas que pudo recoger, pese a las advertencias del custodio que cuida la casa. Pero ese día llega en un auto Cándido González con otro compañero, quien le indica abrir la puerta de la nave que se encuentra al fondo de la casa, donde hay mucha paja de arroz, y guarda el auto dentro. Antes de salir, Cándido le advierte que no se preocupe, pues va a recibir una visita muy pronto.
Desconoce Bermúdez que, a pocos metros de la casa, en la margen del río, ese mismo día el mexicano Antonio del Conde, el Cuate, y Jesús Reyes García, Chuchú, sitúan el yate Granma y concluyen el acondicionamiento de la embarcación. Días atrás, ambos guardaron en la nave de la casa parte de los uniformes, las botas y otros equipos de la expedición.
Horas después, Bermúdez recibe en la casa de Santiago de la Peña la visita de Chuchú Reyes, quien llega en un botecito de motor por el río para llevarle algo de comer. Le toca a la puerta y, advirtiendo la ansiedad de su compañero, le dice que no se ponga nervioso, que pronto va a tener una sorpresa grande. Conversan un rato, le trae de comer algunas galletas y una lata de chorizos, así como un libro sobre la batalla de Ayacucho. El joven le pregunta si ya está cerca la partida y Chuchú le responde que sí, pero que no se preocupe. Bermúdez le propone entonces que consiga unos cuantos sacos de yute para cargar con todas las naranjas que hay en la casa y Chuchú queda en traérselos. Pero le asegura que va a traer algo más que los sacos y parte sonriéndose.
Aquella propia noche, comienza a ejecutarse en Ciudad México el plan de traslado del grueso de los combatientes hacia el punto de reunión. Fidel Castro cita a otros jefes de grupo a la casa de la calle Génova 14, donde residen dos ancianas tías del ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó, para trasmitirles las últimas orientaciones. Entre otros asiste Universo Sánchez, quien funge como responsable de la casa de Insurgentes 5 y recibe instrucciones de prepararse para salir. Pero antes debe concentrar el grupo de compañeros que no pueden integrar la expedición, para dejarles algún dinero y la orientación de permanecer acuartelados sin salir de la casa.
También Calixto García se reúne esa noche con Fidel y Raúl, este último con una relación de los combatientes que formarán parte de la expedición. Fidel le da algún dinero y la orden de trasladarse, en compañía de Roberto Roque, a un hotel en la ciudad de Pachuca, estado de Hidalgo, para al día siguiente continuar viaje hacia el motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, donde se concentrarán. Por precaución Calixto, a su regreso al apartamento de Coahuila 129-C, colonia Roma, no le da detalles a Roque, solo le dice que van para un entrenamiento.
Calixto plantea en aquella ocasión a Roque que no puede llevar maleta alguna y debe ir solo con el abrigo en la mano, para no llamar la atención. Tienen una pequeña discusión, pues Roque insiste en llevar la maleta donde tiene todos sus libros de navegación. Tuvo que ponerse duro Roque para convencerlo, diciéndole que si no lleva consigo los libros debía asumir Calixto la responsabilidad. Al fin, Calixto accedió a que Roque llevara la maleta con todos sus libros y parten en ómnibus hasta la ciudad de Pachuca, donde se hospedan en un hotel.
Tarde en la noche, Fidel Castro se dirige al Pedregal de San Ángel, acompañado de Cándido González, para despedirse de todos. Lo hace normalmente, para no despertar sospechas. Abraza a las hermanas que se encuentran aún despiertas, del mismo modo que lo hizo en otras oportunidades. Lleva un traje de invierno y camisa blanca de cuello. Alguien le advierte que debe afeitarse, y sin zafarse el nudo de la corbata siquiera, va al baño y se afeita. Luego, se pone el abrigo azul y se marcha, en unión de Onelio Pino que lo espera.
Momentos después, arriba Fidel en un auto al apartamento de la calle Pachuca, casi esquina a Francisco Márquez, colonia Condesa, donde lo aguarda Enrique Cámara. Horas antes, salieron del lugar en otro auto Jesús Montané, Melba Hernández y Rolando Moya, rumbo a Poza Rica. La noche anterior, lo hicieron el dominicano Ramón Mejías del Castillo, Pichirilo, y el italiano Gino Doné. Cámara permanecía solo esperando como una hora y, cuando decide echar un vistazo a la puerta, en ese momento llega Cándido González a buscarlo. Montan en un auto donde ya se encuentran Fidel y Onelio Pino, y de ahí salen en busca de Ernesto Guevara.
Aquella noche, Fidel Castro y sus compañeros detienen su auto frente al edificio de la calle Anaxágoras, esquina a Diagonal San Antonio, colonia Narvarte, donde se refugia el médico argentino en el pequeño cuarto en la azotea, cedido por el guatemalteco Alfonso Bauer Paiz.
Esa noche sesiona en el apartamento de Bauer Paiz una reunión de la Unión Patriótica Guatemalteca en el exilio, cuando sienten el timbre de la puerta principal del edificio. Desde el lugar donde se encuentran, en la planta baja, pueden observar la silueta de un joven corpulento. Bauer Paiz pide a su esposa que vaya a ver quién es el visitante, mientras continúan reunidos. Cuando Fidel Castro pregunta si está Ernesto, la esposa de Bauer Paiz le responde que allí no vive ningún Ernesto. Pero Fidel, poniendo el pie delante de la puerta para evitar que fuera cerrada, le asegura que allí está y va a entrar. Empuja la puerta y sube corriendo la escalera, hasta llegar al cuartico donde se refugia Ernesto.
Fidel baja al poco rato, después de avisarle. Entonces Enrique Cámara sube y se queda un momento en el cuartico de la azotea hablando con el médico argentino. Recuerda que no hay dónde sentarse, pues lo único que tiene es un catre tirado en el suelo sin colchoneta, algunos libros, un montón de papeles y la bombilla del mate.
Alfonso Bauer Paiz relata:
Al rato, Ernesto me mandó a pedir, por intermedio de mi esposa, la última caja de medicinas que había recibido días antes y que permanecía en una esquina, cerca del patio. Entre cuatro personas, o más, apenas si podíamos mover aquella enorme caja [...]
Antes de partir precipitadamente del lugar, Ernesto cierra el pequeño cuarto por fuera con un candado. En su interior, deja la cama sin hacer, su bombilla de mate, el reverbero, su inhalador de asma, algunas prendas de vestir y una media docena de libros abiertos, entre ellos El Estado y la Revolución, de Lenin, El Capital, de Marx, y un manual de cirugía de campaña. Al abandonar el lugar, por precaución Ernesto no se despide del guatemalteco Bauer Paiz ni de su esposa, quienes le dieran albergue por unas semanas.
Días antes, Ernesto Guevara escribió por última vez a su madre desde tierra mexicana. Luego de informarle que su esposa partiría dentro de un mes a visitar a su familia en Perú, con su acostumbrada ironía comenta:
Yo, en tren de cambiar el ordenamiento de mis estudios: antes me dedicaba mal que bien a la medicina y el tiempo libre lo dedicaba al estudio en forma informal de San Carlos.29 La nueva etapa de mi vida exige también el cambio de ordenación; ahora San Carlos es primordial, es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en su capa más externa [...]
Luego de recordar que estuvo empeñado en la redacción de un libro sobre la función del médico, del que solo terminó un par de capítulos mal escritos y que olían a folletín, por lo cual ha decidido estudiar, esboza su trayectoria en los próximos años:
Además, tenía que llegar a una serie de conclusiones que se daban de patadas con mi trayectoria esencialmente aventurera; decidí cumplir primero las funciones principales, arremeter contra el orden de cosas, con la adarga al brazo, todo fantasía, y después, si los molinos no me rompieran el coco, escribir.
Por último, en vísperas de emprender la gesta libertaria y con la encomienda expresa de entregar la misiva días después de su partida, el joven Ernesto Guevara se despide de su madre:
Para evitar patetismos "pre mortem", esta carta saldrá cuando las papas quemen de verdad y entonces sabrás que tu hijo, en un soleado país americano, se puteará a sí mismo por no haber estudiado algo de cirugía para ayudar a un herido y puteará al gobierno mexicano que no lo dejó perfeccionar su ya respetable puntería para voltear muñecos con más soltura. Y la lucha será de espalda a la pared, como en los himnos, hasta vencer o morir.
Aquella noche, Fidel Castro y sus acompañantes se dirigen en el auto al motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, estado de Puebla, donde los aguardan otros combatientes. Cándido González conduce el auto Pontiac, comienza a llover y llegan de madrugada. En una cabaña ya los esperan Juan Manuel Márquez y un grupo de compañeros. Conversan un rato y luego Fidel le dice a Enrique Cámara que duerma allí, en la misma cabaña del motel, para que al día siguiente se levante temprano y fuera con Jimmy Hirzel a ver el yate.